Ojalá alguien me hubiera dicho que NO (II parte)



Supe que me había quedado embarazada muy pronto, mucho antes de lo que se alarmaría cualquier mujer: Soy como un reloj.

Fue como un jarro de agua fría, en un malísimo momento, tanto para mí como para el que era mi novio.


Yo llevaba poco tiempo trabajando y mi situación era más bien precaria, tenía problemas con algunos compañeros de trabajo y me aterraba perder el empleo, dados los tiempo que corren, no quería dar motivos para que me reemplazaran y, mucho menos, para que hablaran de mi.


Mi chico no tenía nada, ni siquiera familia cercana que pudiera apoyarnos, era un joven trabajador, que se había pagado los estudios con gran esfuerzo y que pensó que se le caía el mundo encima cuando le di la noticia. Se vio dejando sus estudios y trabajando de cualquier cosa para poder mantenernos. Vio desmoronarse el futuro que había soñado para los dos, todos los proyectos y viajes… Sus planes de una boda bonita, con vestido blanco, tarta y arroz.


Pero lo que más peso tuvo, en la decisión que tomé, fue el librar de la vergüenza a mis padres, ellos no saben ni sabrán por lo que pasé, no quería hacer responsable a nadie más de mis errores y por nada del mundo quería poner el buen nombre de ellos en boca de nadie.

 Había una clínica en la ciudad y fuimos juntos. Allí me atendieron cortésmente y me pasaron a una sala, para hacerme una ecografía. En la pantalla aún permanecía la imagen que habían sacado del bebé de la mujer que había entrado antes de que yo, se le veía perfectamente formado, cabeza, cuerpo, manitas… Me sentí mareada.

En mi caso la ecografía no devolvía nada, si acaso un punto borroso en mi útero, debía de estar de unos 20 días y el médico incluso sugirió la posibilidad de esperar un poco a ver como “se desarrollaba”, dudando de que realmente estuviera embarazada.


Todo el mundo hablaba como si me fueran a quitar un grano.


Finalmente me dieron una pastilla y me dijeron que volviera al cabo de dos días para una nueva toma que me produjo unas contracciones y un sangrado similar al de una menstruación. Y, aunque parezca menos traumático, los efectos psicológicos son iguales a los de un aborto quirúrgico: Nuestra conciencia no mide nuestras faltas en centímetros, si no en función de la gravedad del daño cometido. Un aborto es un aborto siempre.


Supongo que, la mayoría de las mujeres que sufrimos algo así, vamos a la clínica pensando que pasaremos por una especie de incómoda visita al ginecólogo tras la cual retomaremos nuestra vida, como si tal cosa. Nada más lejos de la realidad.


Ya nada vuelve a ser igual e invariablemente sientes que has traicionado un punto importante de la ley natural, que llevamos inscrita en el alma todos los seres humanos, desde el comienzo de nuestra existencia. Sabes además que te han quitado la mitad de tu corazón. Ya no pasará un día sin que recuerdes al bebé que no tuviste. 

 Lo único que evitó que yo me volviera loca fue la fe. El sacramento de la reconciliación y el amor de Dios, para quien las faltas son como las estelas que deja un barco en el mar.

Cuando escuche que me absolvían de mis pecados volvió aire suficiente a mis pulmones como para empezar a llorar, como cualquier madre, por la muerte de su hijo.


Mi deseo para el futuro es que, sencillamente, no haya opción. Que desaparezcan todas las clínicas abortistas, que todas las leyes sobre el aborto queden derogadas.

Deseo para todas las sociedades qué sólo haya alegría, esperanza y ayudas para las familias y para las mujeres, sea cual sea su origen y condición social.
 
Siempre es mejor seguir adelante con el embarazo, en cualquier circunstancia. A mí no me habían violado, mi concepción fue fruto del amor, pero después de salir de aquella clínica me sentí más sucia que nunca: Me habían quitado mi alma."

Esperanza A.

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